Inteligencia animal
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Alejandra Valero
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contexto social
y cultural lo que determina qué tan inteligente es. Esto se refiere
exclusivamente a la inteligencia humana, pero también es posible estudiar la
inteligencia en los animales. De hecho, los científicos se refieren a la
inteligencia humana y animal usando el mismo término: cognición animal
(del latín cognoscere, o saber).
El concepto de inteligencia es uno de los más controvertidos en las ciencias
biológicas; la posibilidad de que los animales sean inteligentes ha sido
discutida durante mucho tiempo por científicos y filósofos. Para algunos,
suponer que la inteligencia animal y humana forman parte de un continuo, sería
como admitir que la naturaleza humana no está en un nivel superior al de los
animales.
Desde la Antigüedad, los filósofos griegos difundieron la idea de que el ser
humano se distinguía de los animales por su capacidad para razonar, hablar y
resolver problemas complejos. En el siglo XVII, el filósofo francés René
Descartes continuó esta línea de pensamiento, impulsando el movimiento dualista,
el cual promovía la idea de la discontinuidad entre el humano (representado por
la mente) y el animal (representado como máquina). Para el siglo XIX Charles
Darwin, quien sentó las bases de la teoría de la evolución, consideró la
posibilidad de que algunas características de los animales tuvieran continuidad
con la conducta del ser humano. A partir de estas ideas, surgieron muchos
estudios etológicos (sobre la conducta de los animales) que indican que así como
los humanos, los animales resuelven problemas complejos, e incluso pueden
comunicarse a través de un lenguaje no hablado. Estas demostraciones de los
animales han forzado a que se genere una nueva definición de inteligencia.
Los inteligentes
En la actualidad los científicos consideramos la inteligencia o cognición
animal como una propiedad de los seres vivos que tienen un sistema nervioso. La
definimos como la capacidad de los animales para responder a los retos que les
plantea su medio ambiente (por ejemplo, poderse librar de los depredadores, o
enfrentar con éxito la escasez de alimento) por medio de modificaciones de la
conducta natural —también conocida como flexibilidad de la conducta.
La flexibilidad conductual se refiere al hecho de que una conducta que se
presenta comúnmente en alguna situación se puede usar en contextos diferentes
para lograr un propósito en particular: por ejemplo, para resolver un problema.
Los carbonerillos, pequeños pájaros europeos, se alimentan de semillas con alto
contenido calórico, pero cuando este alimento escasea en el bosque, se enfrentan
al problema de conseguir alimentos ricos en grasa y carbohidratos para
prepararse para el invierno; es entonces cuando visitan los jardines de las
casas y con una destreza inigualable usan el pico para levantar la tapa de
aluminio de una botella de leche y se comen la nata que se forma por debajo. En
este ejemplo, los carbonerillos emplearon los movimientos típicos para abrir
semillas, sobre un pedazo de papel aluminio.
Los monos verdes de África reaccionan a la presencia de sus depredadores
naturales de dos formas distintas: al vuelo de un águila, bajan rápidamente al
suelo de la selva para resguardarse, mientras que si aparece un puma, se mueven
a los estratos más altos para evitar que éste los alcance si logra trepar al
árbol. Pero los monos no pueden estar atentos a la presencia de depredadores
durante todo el día, ya que realizan otras actividades como trasladarse a
diferentes sitios de alimentación, jugar y espulgarse unos a otros. Cuando un
mono ve a un depredador, emite una vocalización de alarma que pone en alerta a
todo el grupo; ¿cómo sabe un miembro del grupo si debe moverse al suelo o subir
a la cima de un árbol? Las vocalizaciones de alarma emitidas tienen propiedades
sonoras diferentes, dependiendo del tipo de depredador que los amenace; ¿estarán
empleando señales similares a palabras para comunicarse? En este ejemplo, los
monos usaron movimientos conocidos (correr hacia arriba o abajo),
específicamente para escapar del depredador, y señales sonoras para indicar cuál
respuesta era la apropiada.
Los peces ciegos (Astyanax fasciatus) de México viven en completa
oscuridad en cuevas del norte, sureste y algunas regiones centrales del país. La
formación de sus ojos se detiene en cierto momento de su desarrollo embrionario,
por eso desde que nacen son ciegos; además, tampoco tienen un sentido del olfato
desarrollado, pero aun así, pueden encontrar fuentes de alimento que visitaron
anteriormente con gran facilidad. La clave de su capacidad para orientarse en el
espacio está en un órgano mecanorreceptor (que detecta vibraciones y movimiento)
llamado línea lateral, por medio del cual el pez ciego percibe, aprende y
memoriza la configuración de su entorno. Cuando el agua fluye hacia la línea
lateral, vibra de diferentes maneras dependiendo de las estructuras fijas del
entorno que estén a unos cinco metros adelante del pez (su rango máximo de
detección). Es por estos cambios de vibración que el pez ciego puede reconocer
lugares que ha visitado en el pasado y dirigirse directamente a ellos (por
ejemplo adonde siempre hay alimento). En un apagón en nuestras casas nosotros
podemos encontrar las repisas en donde guardamos las velas sin golpearnos con
los muebles, incluso si la oscuridad es total: también tenemos mecanorreceptores
(en la piel y en el oído) que nos permiten localizar los objetos de nuestro
entorno con respecto a la ubicación de nuestro cuerpo, sin tener que usar
información visual. En estos ejemplos, peces y humanos usaron información del
entorno (movimiento) a la que ya habían estado expuestos anteriormente para
orientarse en el espacio.
La comunicación con miembros de la misma especie, la habilidad para resolver
problemas novedosos, o para orientarse en el espacio, son algunas de las
propiedades de la cognición animal, y tienen mucho que ver con la percepción
(por medio de los sentidos), el razonamiento (los procesos fisiológicos del
cerebro cuando se procesa la información) y la toma de decisiones (la reacción o
solución final). Estos procesos se llevan a cabo en organismos que poseen un
sistema nervioso compuesto de un cerebro y conexiones entre éste y los órganos
(es decir, casi todos los animales, incluyendo insectos, medusas de mar,
moluscos, y todos los vertebrados). Al parecer, la solución a problemas
complejos no es una cualidad única del ser humano, sino de cualquier animal que
cuente con la maquinaria apropiada para lograrlo.
¿Para qué sirve la inteligencia?
Konrad Lorenz, zoólogo austríaco y ganador del Premio Nobel de Fisiología y
Medicina en 1973, sentó las bases para el estudio de la cognición animal, al
difundir la idea de que así como compartimos características fisiológicas con
otros animales —ojos, el funcionamiento del corazón, de las articulaciones, del
aparato digestivo y de excreción— también compartimos características
conductuales, como el cortejo ritualizado de los machos, habilidades para
socializar de distintas maneras con miembros de la misma especie, protección a
las crías, y solución a problemas complejos.
Por lo visto, las habilidades cognitivas no son únicas del ser humano. Lo que
tienen en común los ejemplos descritos para los carbonerillos, los monos verdes,
los peces y los humanos es que los individuos que emplean dichas conductas en la
solución de esos problemas tendrán más probabilidades de sobrevivir y
reproducirse que los que no lo hagan. Estos y otros caracteres biológicos que
favorecen la supervivencia de las especies rara vez aparecen en un solo grupo de
organismos; por el contrario, distintos grupos de organismos, que comparten una
misma presión de selección (es decir, un reto impuesto por componentes del
ambiente tal como la disponibilidad de alimento, la abundancia de ciertos
depredadores o cambios drásticos de temperatura durante una parte del año) lo
desarrollan. A este proceso se le conoce como evolución por convergencia, y es
muy probable que las habilidades cognitivas de los animales hayan evolucionado
por medio de este proceso.
Una vez que hemos establecido quién es inteligente y para qué, podemos
abordar más de cerca uno de los tantos problemas a los que se enfrentan los
animales en la naturaleza: encontrar alimento.
La eficiencia
La mayoría de los animales deben desplazarse de un lugar a otro para
encontrar comida, pero no disponen de todo el tiempo del mundo para hacerlo. De
vez en cuando a nosotros se nos presentan problemas similares; por ejemplo,
cuando tenemos una lista de cosas que hacer en distintos lugares alejados de
nuestra casa, como ir a la tintorería, comprar unas flores para la abuelita,
pagar la luz, y finalmente, comprar tortillas... en un espacio de ¡dos horas!
Para los animales, la tarea no sólo es conseguir alimento, la mayoría de las
veces también tienen que poner atención a otros asuntos como la presencia de
depredadores, o de otros animales con los cuales pudieran competir por ese
alimento. Súmale a eso el hecho de que algunos tipos de comida no se pueden
encontrar en el territorio durante todo el año (éste es el caso de los frutos,
hojas o insectos que tienen periodos limitados de abundancia), y ¿cuál es el
resultado?: la búsqueda y recolección de comida, conocidos en conjunto como
forrajeo, son un problema más complejo del que uno se pudiera imaginar.
¿Cómo le hacemos —humanos y animales— para ser eficientes, es decir realizar
estas tareas en el menor tiempo posible y cumpliéndolas todas?
Para un animal, ser eficiente en el forrajeo es adaptativo; es decir,
favorece su supervivencia porque le permite conseguir lo que necesita para
nutrirse, protegiéndose de los depredadores, y evitando conflictos con especies
que comen lo mismo. Esto es particularmente importante si el ambiente natural
(selva, sabana, océano, etc.) es bastante grande como para requerir un esfuerzo
físico considerable al recorrerlo. Pero ¿cómo se logra eficiencia en el
forrajeo? Regresemos al ejemplo de nuestra lista de tareas, incluyendo la compra
de tortillas calientitas: cuando la tintorería, la florería, el banco y la
tortillería más cercanos se encuentran a distancias mayores a lo que nosotros
podemos percibir a simple vista si nos paramos en la azotea de nuestra casa,
¿cómo llegamos hasta ellos de forma rápida? Es muy probable que antes de salir
ya nos vayamos haciendo una idea de la ruta que vamos a recorrer, y esto lo
logramos gracias a las imágenes mentales de la ruta que formamos en nuestra
cabeza; por ejemplo visualizando las siguientes instrucciones: caminar a la
derecha dos cuadras, dar vuelta en la tienda de don José a la izquierda, seguir
tres cuadras más hasta encontrar la tintorería, etc. Otra parte de nuestro
sistema de orientación está dada por el reconocimiento visual de los puntos de
referencia que usamos para darle sentido a nuestro mapa mental de la ruta (la
tienda de don José, o la tintorería), los cuales identificamos a medida que
hacemos el recorrido. Finalmente, todo esto sería imposible sin nuestra memoria
espacial de los lugares que vamos a visitar. La memoria espacial, en pocas
palabras, es el conjunto de ideas o imágenes de los lugares que hemos visitado,
y de los puntos de referencia que usamos para orientarnos. Durante el forrajeo,
es muy posible que los animales también usen su memoria espacial para ser
eficientes.
Los científicos que estudian monos y simios en estado natural han observado
que estos animales hacen recorridos eficientes por la selva diariamente, y por
lo tanto es posible que usen su memoria espacial durante estos recorridos. Los
monos araña de una selva en Yucatán se desplazan en líneas casi rectas entre
lugares de comida que se encuentran separados unos de otros por distancias
mayores a lo que su ojos perciben a simple vista. Si no pueden ver el próximo
lugar de comida que visitarán desde el lugar donde se encuentran, ¿cómo se guían
para llegar a éste sin mucho esfuerzo? Aunque no podemos saber si los monos
forman imágenes mentales similares a las nuestras, ya que ignoramos qué pasa por
su mente antes o durante estos recorridos, es posible visualizar las regiones
del cerebro del mono que funcionan cuando se le proporciona un problema espacial
en un laboratorio. Estos estudios han demostrado que esas regiones del cerebro
son las mismas tanto en humanos como en monos, lo cual indica que al menos a
nivel del funcionamiento cerebral, ambos poseemos las estructuras anatómicas
necesarias para resolver problemas espaciales.
¿Con qué se come?
Imagina que tienes los ingredientes necesarios para preparar agua de limón:
limones cortados, agua, un poco de azúcar, una jarra y unos vasos. Exprimes los
limones, agregas el azúcar y ¡ya está! Pero después de unos segundos te das
cuenta que falta algo: una cuchara u otro utensilio para mezclar los
ingredientes en el agua. ¿Qué harías si no lo tienes a la mano? Algunos animales
enfrentan problemas similares para extraer alimento o prepararlo para su
consumo. Los chimpancés de África beben agua de hoyos que encuentran en los
árboles, pero los hoyos no siempre son fácilmente accesibles a la cara y boca.
Para resolver este problema, toman un montón de hojas frescas en su mano, la
introducen en la cavidad remojando las hojas, y al extraerla pueden sorber el
líquido de la esponja natural que fabricaron. Los chimpancés también comen
hormigas, termitas y otros insectos que viven en cavidades de árboles que son
inalcanzables a sus manos. Para sacarlos, introducen ramas delgadas en las
cavidades y al extraerlas "chupan" los insectos colgados de la rama como si
fuera un palo de paleta helada.
En un estudio publicado en diciembre de 2004, en el American Journal of
Primatology, investigadores de Brasil, Italia y los Estados Unidos reportan
que para abrir las duras nueces que los monos capuchinos encuentran a diario,
utilizan dos piedras a manera de cascanueces: una es lo suficientemente plana
para que se mantenga en posición sobre el suelo de la selva, pero debe tener una
cavidad pequeña no muy profunda, en donde se colocará la nuez; la otra piedra
debe ser suficientemente ligera para que el mono pueda elevarla al nivel de su
cabeza, y dar un golpe certero a la nuez que rompa la cáscara.
Tal vez lo más sorprendente del uso de herramientas en animales es que este
conocimiento pasa de generación a generación; es decir, las crías lo aprenden y
lo adoptan como parte de sus actividades diarias, observando e imitando las
acciones de los individuos adultos (entre ellos, sus madres), de la misma manera
como nosotros adoptamos algunas costumbres y hábitos que observamos diariamente
en nuestros padres.
Ovejas, perros y humanos
Richard Byrne, un psicólogo que ha estudiado las habilidades cognitivas de
los animales por más de 20 años, relata en su libro The Thinking Ape
(El simio pensante), cómo se dio cuenta de que las ovejas son capaces
de solucionar problemas complejos. Durante su visita a un grupo de pastores en
la India, Byrne observó cómo un rebaño de ovejas se movía de un lado a otro
ordenadamente y sin descarriarse. La imagen común de un rebaño de ovejas que se
mueve así suele asociarse a la presencia de un perro pastor que dirige sus
movimientos. De hecho, muchos científicos creen que las ovejas no son
inteligentes, sino que simplemente actúan de acuerdo al instinto de protegerse
de los depredadores, adoptando al perro como una especie de líder del rebaño.
Acostumbrado a observar las acciones de los perros pastores en las praderas
británicas, Byrne pensó que éste era otro ejemplo más de inteligencia perruna…
hasta que se encontró con que los perros, que se supone debían trabajar como
pastores, dormían profundamente al calor de la pradera india. Observando la
conducta de las ovejas y de los pastores humanos, llegó a la conclusión de que
éstas han aprendido a reconocer las instrucciones impresas en los distintos
chiflidos emitidos por los pastores; es decir, han aprendido a adoptar al pastor
como líder de la manada.
La moraleja de esta anécdota es que la oveja no es como la pintan.
Acostumbramos comparar la conducta de los animales a la nuestra, y viceversa, de
acuerdo con intereses propios: si alguna de nuestras acciones es inaceptable,
inmediatamente nos juzgamos como animales primitivos, mientras atribuimos las
innumerables demostraciones de inteligencia de los animales a una semejanza con
nuestro intelecto. Desafortunadamente, casi nunca caemos en cuenta de que
animales y seres humanos compartimos una historia evolutiva, y que para entender
las proezas de nuestro intelecto el primer lugar en donde deberíamos indagar es
en las proezas de los animales.
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este tema nos a mostrado de que no solo los seres humanos tenemos la capacidad de resolver problemas o de comunicarnos todos los seres vivos tenemos distintas formas de comunicacion no todas son las mismas
ResponderEliminarJessica Moya