martes, 19 de junio de 2012

Reporteros gráficos
en el siglo XVIII
María del Carmen Hidalgo Rodríguez
Existe una disciplina artística, la ilustración científica, que pone el arte a disposición de la ciencia. Un ejemplo notable del valor de este servicio es lo realizado por los dibujantes en las expediciones botánicas auspiciadas por la España colonial.
HUBO UN TIEMPO en que el dibujo científico fue determinante para el avance de la ciencia; sin él hubiese sido imposible alcanzar el grado de conocimiento de la naturaleza que ahora tenemos. Para el desarrollo de este trabajo resultó fundamental el papel desempeñado por España en las expediciones científicas a varias regiones de América.
A finales del siglo XVII, España estaba sumida en una grave crisis económica y el pueblo pasaba hambre. Buscando una solución a este problema, los científicos españoles se pusieron a estudiar las ventajas económicas que algunos países europeos obtenían de sus colonias ultramarinas. Se dieron cuenta entonces de que realizaban expediciones que pasaron de ser geoestratégicas a científicas; es decir, Francia y Holanda (principalmente) mandaban sus barcos no a descubrir nuevas tierras, sino a explotar económicamente las ya conocidas. Los viajes españoles a tierras latinoamericanas se convirtieron en asunto de Estado. Como se señala en el libro Tras el dorado vegetal. José Celestino Mutis y la Real Expedición Botánica del Nuevo Reino de Granada, de M. Frías: "Es así que la nueva política daría pie a un replanteamiento de la utilidad de los productos de los territorios españoles y a una racionalización en el aprovechamiento de los mismos. Las regiones de la corona en el nuevo mundo aparecían así como el elemento apropiado para investigar, descubrir nuevos productos específicos, y ponerlos al servicio del proyecto de estado." Se esperaba que las nuevas plantas y animales existentes en América se pudieran cultivar y domesticar en España y, con ello, alimentar, al pueblo y sanarlo de sus enfermedades.
El gobierno español se volcó en estas expediciones gastando más dinero que ningún otro país europeo. De hecho, durante el siglo XVIII se dio un gran avance en las ciencias naturales en España; bajo el auspicio de la monarquía borbónica, Felipe V, Fernando VI y Carlos III, se crearon gabinetes de historia natural, reales academias de ciencias, observatorios astronómicos y jardines botánicos.
Expediciones botánicas
FECHA NOMBRE REINADO LUGAR
1754-1756 Loefling Felipe V Cumaná (Venezuela)
1777-1787 Ruiz-Pavón Carlos III Perú-Chile


1783-1810
Mutis Carlos III Nueva Granada (Colombia)
1785-1798 Cuellar Carlos III Filipinas
1787-1797 Sessé-Mociño Carlos III Nueva España (México)
1790-1793 Parra Carlos IV Cuba

Entre 1754 y 1807 el gobierno español organizó 10 expediciones científicas, de ellas seis fueron fundamentalmente botánicas (véase tabla) y se realizaron en Venezuela, Perú, Chile, Colombia, México y Filipinas. Sin embargo, la enorme tarea y gasto que supuso la organización de estas expediciones nunca obtuvo los resultados esperados, ya que tan importante proyecto no se planificó globalmente; no se articularon los pasos ni se coordinaron los diferentes organismos y personajes implicados. La convulsa vida política del momento, el cambio de intereses, la precaria situación económica del país y la desaparición o caída en desgracia de las personas que promovieron estas empresas fueron algunos de los factores que propiciaron el fracaso económico de las expediciones. Los científicos y artistas dedicaron su vida a estudiar la naturaleza pero cuando volvieron a España no encontraron apoyo para difundir sus conocimientos.
El dibujo botánico
En el siglo XVIII la importancia que se le daba al dibujo como enseñanza fundamental y base imprescindible de todas las artes y oficios hizo que se convirtiera en un complemento indispensable de las ciencias. Para poder mostrar un descubrimiento, un nuevo adelanto científico, hacía falta un medio como el dibujo que lo hiciera visible. Hasta ese siglo las ciencias se supeditaron al arte porque el dibujo era el medio ideal y necesario para representar e indagar la naturaleza. Pero el nuevo método científico del Siglo de las Luces necesitaba algo más: no bastaba con una representación que hiciera visibles los productos naturales, también hacía falta un estudio analítico para poder clasificarlos y conocerlos.
El siglo XVIII ha sido definido por algunos autores como el siglo de oro de la botánica española. De la importancia que al dibujo botánico se le otorgaba en ese momento nos da una idea el hecho de que el plan de estudios de botánica que impartía el Real Jardín Botánico de Madrid, contemplaba la asistencia de los alumnos a las clases de dibujo de la Academia de Bellas Artes de San Fernando como parte importante de su formación.
Los dibujos botánicos además de dar a conocer en Europa nuevas plantas susceptibles de ser aprovechadas con flnes farmacológicos o industriales, despertaron el interés de los amantes de la jardinería, que en poco tiempo consiguieron aumentar el atractivo de sus jardines con la incorporación de gran número de frutos raros y de exóticas y llamativas flores. Estas codiciadas rarezas vegetales pronto entraron a formar parte de bodegones y floreros, dotando a este género de objetos y pinturas con un atractivo adicional: la novedad. Además se les concedía cierto valor simbólico: la posesión de la imagen suponía en alguna medida la posesión del objeto mismo representado. Los cuadros de flores que colgaban de las estancias reales eran como una carta de propiedad del monarca sobre la planta, sus posibles aplicaciones y las tierras donde se producían.
Una escuela insólita
Las expediciones científicas necesitaban de "reporteros gráficos" que representaran aquello que iban descubriendo y que sirvieran para clasificar de la mejor forma los nuevos productos botánicos que encontraban. El dibujante botánico era un empleado al servicio de la expedición y siempre bajo las órdenes de los naturalistas. Una idea aproximada del estatus que tenían estos dibujantes en la sociedad de su época nos la da la orden que el secretario de Estado español en 1754, D. Ricardo Wall, dicta para establecer la división jerárquica en los barcos expedicionarios: "El Secretario había recibido quejas de cirujanos y geógrafos manifestando que se les hacía comer con criados y gente baja de la expedición, por lo que le recomendaba que tanto al cirujano como al segundo botánico se les admitiera en la primera mesa, poniendo a los dibujantes, al instrumentario y a otros de equivalente representación en segunda mesa." Por lo tanto, los dibujantes ocupaban un lugar intermedio entre los científicos y los criados.
Pero quizá el dato más significativo a la hora de fljar el estatus social del dibujante botánico era el sueldo recibido. De las anotaciones que sobre gastos de las expediciones científicas del siglo XVIII nos han llegado, sabemos que en la expedición de Ruiz y Pavón los dibujantes consiguieron el mismo sueldo que los botánicos, 1 000 pesos anuales, y que éste se duplicaba si trabajaban en el campo. En este caso se consiguió la equiparación salarial porque cualquier pintor de su nivel podía ganar más si se quedaba en España; hay que añadir además el sacrificio de dejar a la familia para unirse a la expedición.
En la expedición a Nueva España los dibujantes fueron seleccionados de entre los estudiantes de la Academia de San Carlos en México, asignándoles 500 pesos anuales; eran claramente objeto de discriminación, pues a los dibujantes españoles se les pagaba el doble. En este sentido la administración española no había cambiado desde tiempos de Felipe II, cuando se acordó pagar 60 ducados a cada dibujante indígena que trabajara para el botánico Francisco Hernández para compensar de alguna manera el escaso sueldo recibido.
Podemos concluir diciendo que el sueldo estaba directamente relacionado con la procedencia del dibujante, su formación en alguna de las Academias y la compensación por el sacrificio de enrolarse en una expedición. Esto fue así en todas las expediciones excepto en la de José Celestino Mutis a Nueva Granada (Colombia). Mutis contó con muy pocos dibujantes españoles y decidió algo insólito para la época y único en la historia de los descubrimientos: crear una escuela de dibujo para enseñar a indígenas y criollos ilustración botánica, y utilizar su trabajo en la realización de algunas de las más bellas imágenes de plantas que se han creado.
El taller se concibió como un monasterio medieval, con reglas estrictas y mucha disciplina. Una vez formados, los estudiantes demostraron que su trabajo era superior al de los españoles, llegando incluso a cobrar más que ellos. El logro técnico de las ilustraciones de esta expedición también fue excepcional: se utilizó un papel de mayor tamaño, distinta técnica de dibujo y mayor acabado.
Páginas brillantes
Como hemos visto, los dibujantes de las expediciones tenían que estar al servicio de los botánicos y seguir sus instrucciones. Sin embargo, durante siglos no existieron normas para realizar una lámina botánica; la realización se dejaba a la subjetividad del artista, que en muchas ocasiones se limitaba a copiar un espécimen anterior sin observar detenidamente la planta en vivo.
Esta situación cambió con las expediciones españolas puesto que era necesario sacar el máximo partido a las grandes sumas que se invertían, aprovechando el tiempo de los dibujantes y el grado de fldelidad de las ilustraciones con el original. El 9 de abril de 1777 se publicó la "Instrucción que deberán observar los delineadores, o dibujantes que pasan al Perú de orden de S.M.D. para servir con el ejercicio de su profesión en la expedición botánica". Esto es lo que los ocho artículos pedían al dibujante que: "Copie exactamente de la naturaleza, sin pretender adornarla, ni añadir cosa alguna de su imaginación, utilizando plantas vivas. Se limite a dibujar lo que le determinen los botánicos. Haga láminas en las que aparezca la planta y separadamente, su anatomía, flor y fruto. Dibuje todas en papel del mismo tamaño. Para aprovechar el tiempo, coloree sólo las plantas que, siguiendo indicaciones del botánico, sean especiales, extrañas, vistosas, y en este caso se coloreará sólo una flor, un fruto y parte de la especie, dejando el resto a línea. En sus ratos libres debe colaborar con el botánico en las faenas que éste le mande".
Estas normas sirvieron para establecer una forma de trabajar el dibujo científlco que duró dos siglos y que escribió una de las páginas más brillantes de la ciencia española. De estas seis expediciones se han conservado 5 538 láminas de las que un poco menos de la mitad son a color.
Pero sin duda las más bellas fueron las realizadas en el taller de Mutis. Mientras que un dibujante de otras expediciones realizaba una media de 90 ilustraciones al año, los de Mutis dibujaban 17; es decir, les dedicaban más tiempo y esfuerzo. Pero además, Mutis supo unir arte criollo y ciencia europea, la pintura americana y la botánica de Linneo. En ninguna otra parte se realizó una unión similar.
Cuando observamos las láminas botánicas de las expediciones españolas vemos a pintores dejando su trabajo y familia en España para marcharse a tierras desconocidas durante años para ponerse al servicio de la ciencia. Y también a artistas nativos —colombianos, peruanos, mexicanos— aprendiendo una técnica de dibujo que, unida a sus tradiciones artísticas, sirviera para que la botánica europea tuviera un adelanto decisivo.

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