Reporteros gráficos
en el siglo XVIII |
María del Carmen Hidalgo
Rodríguez
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A finales del siglo XVII, España estaba sumida en una grave crisis económica
y el pueblo pasaba hambre. Buscando una solución a este problema, los
científicos españoles se pusieron a estudiar las ventajas económicas que algunos
países europeos obtenían de sus colonias ultramarinas. Se dieron cuenta entonces
de que realizaban expediciones que pasaron de ser geoestratégicas a científicas;
es decir, Francia y Holanda (principalmente) mandaban sus barcos no a descubrir
nuevas tierras, sino a explotar económicamente las ya conocidas. Los viajes
españoles a tierras latinoamericanas se convirtieron en asunto de Estado. Como
se señala en el libro Tras el dorado vegetal. José Celestino Mutis y la Real
Expedición Botánica del Nuevo Reino de Granada, de M. Frías: "Es así que la
nueva política daría pie a un replanteamiento de la utilidad de los productos de
los territorios españoles y a una racionalización en el aprovechamiento de los
mismos. Las regiones de la corona en el nuevo mundo aparecían así como el
elemento apropiado para investigar, descubrir nuevos productos específicos, y
ponerlos al servicio del proyecto de estado." Se esperaba que las nuevas plantas
y animales existentes en América se pudieran cultivar y domesticar en España y,
con ello, alimentar, al pueblo y sanarlo de sus enfermedades.
El gobierno español se volcó en estas expediciones gastando más dinero que
ningún otro país europeo. De hecho, durante el siglo XVIII se dio un gran avance
en las ciencias naturales en España; bajo el auspicio de la monarquía borbónica,
Felipe V, Fernando VI y Carlos III, se crearon gabinetes de historia natural,
reales academias de ciencias, observatorios astronómicos y jardines botánicos.
Entre 1754 y 1807 el gobierno español organizó 10 expediciones científicas,
de ellas seis fueron fundamentalmente botánicas (véase tabla) y se realizaron en
Venezuela, Perú, Chile, Colombia, México y Filipinas. Sin embargo, la enorme
tarea y gasto que supuso la organización de estas expediciones nunca obtuvo los
resultados esperados, ya que tan importante proyecto no se planificó
globalmente; no se articularon los pasos ni se coordinaron los diferentes
organismos y personajes implicados. La convulsa vida política del momento, el
cambio de intereses, la precaria situación económica del país y la desaparición
o caída en desgracia de las personas que promovieron estas empresas fueron
algunos de los factores que propiciaron el fracaso económico de las
expediciones. Los científicos y artistas dedicaron su vida a estudiar la
naturaleza pero cuando volvieron a España no encontraron apoyo para difundir sus
conocimientos.
El dibujo botánico
En el siglo XVIII la importancia que se le daba al dibujo como enseñanza
fundamental y base imprescindible de todas las artes y oficios hizo que se
convirtiera en un complemento indispensable de las ciencias. Para poder mostrar
un descubrimiento, un nuevo adelanto científico, hacía falta un medio como el
dibujo que lo hiciera visible. Hasta ese siglo las ciencias se supeditaron al
arte porque el dibujo era el medio ideal y necesario para representar e indagar
la naturaleza. Pero el nuevo método científico del Siglo de las Luces necesitaba
algo más: no bastaba con una representación que hiciera visibles los productos
naturales, también hacía falta un estudio analítico para poder clasificarlos y
conocerlos.
El siglo XVIII ha sido definido por algunos autores como el siglo de oro de
la botánica española. De la importancia que al dibujo botánico se le otorgaba en
ese momento nos da una idea el hecho de que el plan de estudios de botánica que
impartía el Real Jardín Botánico de Madrid, contemplaba la asistencia de los
alumnos a las clases de dibujo de la Academia de Bellas Artes de San Fernando
como parte importante de su formación.
Los dibujos botánicos además de dar a conocer en Europa nuevas plantas
susceptibles de ser aprovechadas con flnes farmacológicos o industriales,
despertaron el interés de los amantes de la jardinería, que en poco tiempo
consiguieron aumentar el atractivo de sus jardines con la incorporación de gran
número de frutos raros y de exóticas y llamativas flores. Estas codiciadas
rarezas vegetales pronto entraron a formar parte de bodegones y floreros,
dotando a este género de objetos y pinturas con un atractivo adicional: la
novedad. Además se les concedía cierto valor simbólico: la posesión de la imagen
suponía en alguna medida la posesión del objeto mismo representado. Los cuadros
de flores que colgaban de las estancias reales eran como una carta de propiedad
del monarca sobre la planta, sus posibles aplicaciones y las tierras donde se
producían.
Una escuela insólita
Las expediciones científicas necesitaban de "reporteros gráficos" que
representaran aquello que iban descubriendo y que sirvieran para clasificar de
la mejor forma los nuevos productos botánicos que encontraban. El dibujante
botánico era un empleado al servicio de la expedición y siempre bajo las órdenes
de los naturalistas. Una idea aproximada del estatus que tenían estos dibujantes
en la sociedad de su época nos la da la orden que el secretario de Estado
español en 1754, D. Ricardo Wall, dicta para establecer la división jerárquica
en los barcos expedicionarios: "El Secretario había recibido quejas de cirujanos
y geógrafos manifestando que se les hacía comer con criados y gente baja de la
expedición, por lo que le recomendaba que tanto al cirujano como al segundo
botánico se les admitiera en la primera mesa, poniendo a los dibujantes, al
instrumentario y a otros de equivalente representación en segunda mesa." Por lo
tanto, los dibujantes ocupaban un lugar intermedio entre los científicos y los
criados.
Pero quizá el dato más significativo a la hora de fljar el estatus social del
dibujante botánico era el sueldo recibido. De las anotaciones que sobre gastos
de las expediciones científicas del siglo XVIII nos han llegado, sabemos que en
la expedición de Ruiz y Pavón los dibujantes consiguieron el mismo sueldo que
los botánicos, 1 000 pesos anuales, y que éste se duplicaba si trabajaban en el
campo. En este caso se consiguió la equiparación salarial porque cualquier
pintor de su nivel podía ganar más si se quedaba en España; hay que añadir
además el sacrificio de dejar a la familia para unirse a la expedición.
En la expedición a Nueva España los dibujantes fueron seleccionados de entre
los estudiantes de la Academia de San Carlos en México, asignándoles 500 pesos
anuales; eran claramente objeto de discriminación, pues a los dibujantes
españoles se les pagaba el doble. En este sentido la administración española no
había cambiado desde tiempos de Felipe II, cuando se acordó pagar 60 ducados a
cada dibujante indígena que trabajara para el botánico Francisco Hernández para
compensar de alguna manera el escaso sueldo recibido.
Podemos concluir diciendo que el sueldo estaba directamente relacionado con
la procedencia del dibujante, su formación en alguna de las Academias y la
compensación por el sacrificio de enrolarse en una expedición. Esto fue así en
todas las expediciones excepto en la de José Celestino Mutis a Nueva Granada
(Colombia). Mutis contó con muy pocos dibujantes españoles y decidió algo
insólito para la época y único en la historia de los descubrimientos: crear una
escuela de dibujo para enseñar a indígenas y criollos ilustración botánica, y
utilizar su trabajo en la realización de algunas de las más bellas imágenes de
plantas que se han creado.
El taller se concibió como un monasterio medieval, con reglas estrictas y
mucha disciplina. Una vez formados, los estudiantes demostraron que su trabajo
era superior al de los españoles, llegando incluso a cobrar más que ellos. El
logro técnico de las ilustraciones de esta expedición también fue excepcional:
se utilizó un papel de mayor tamaño, distinta técnica de dibujo y mayor acabado.
Páginas brillantes
Como hemos visto, los dibujantes de las expediciones tenían que estar al
servicio de los botánicos y seguir sus instrucciones. Sin embargo, durante
siglos no existieron normas para realizar una lámina botánica; la realización se
dejaba a la subjetividad del artista, que en muchas ocasiones se limitaba a
copiar un espécimen anterior sin observar detenidamente la planta en vivo.
Esta situación cambió con las expediciones españolas puesto que era necesario
sacar el máximo partido a las grandes sumas que se invertían, aprovechando el
tiempo de los dibujantes y el grado de fldelidad de las ilustraciones con el
original. El 9 de abril de 1777 se publicó la "Instrucción que deberán observar
los delineadores, o dibujantes que pasan al Perú de orden de S.M.D. para servir
con el ejercicio de su profesión en la expedición botánica". Esto es lo que los
ocho artículos pedían al dibujante que: "Copie exactamente de la naturaleza, sin
pretender adornarla, ni añadir cosa alguna de su imaginación, utilizando plantas
vivas. Se limite a dibujar lo que le determinen los botánicos. Haga láminas en
las que aparezca la planta y separadamente, su anatomía, flor y fruto. Dibuje
todas en papel del mismo tamaño. Para aprovechar el tiempo, coloree sólo las
plantas que, siguiendo indicaciones del botánico, sean especiales, extrañas,
vistosas, y en este caso se coloreará sólo una flor, un fruto y parte de la
especie, dejando el resto a línea. En sus ratos libres debe colaborar con el
botánico en las faenas que éste le mande".
Estas normas sirvieron para establecer una forma de trabajar el dibujo
científlco que duró dos siglos y que escribió una de las páginas más brillantes
de la ciencia española. De estas seis expediciones se han conservado 5 538
láminas de las que un poco menos de la mitad son a color.
Pero sin duda las más bellas fueron las realizadas en el taller de Mutis.
Mientras que un dibujante de otras expediciones realizaba una media de 90
ilustraciones al año, los de Mutis dibujaban 17; es decir, les dedicaban más
tiempo y esfuerzo. Pero además, Mutis supo unir arte criollo y ciencia europea,
la pintura americana y la botánica de Linneo. En ninguna otra parte se realizó
una unión similar.
Cuando observamos las láminas botánicas de las expediciones españolas vemos a
pintores dejando su trabajo y familia en España para marcharse a tierras
desconocidas durante años para ponerse al servicio de la ciencia. Y también a
artistas nativos —colombianos, peruanos, mexicanos— aprendiendo una técnica de
dibujo que, unida a sus tradiciones artísticas, sirviera para que la botánica
europea tuviera un adelanto decisivo.
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